El 16 de mayo es el día de la Resistencia Romaní, en 1944 en el campo de exterminio de Auschwitz II Birkenau, el campo gitano, había alrededor de 6000 personas gitanas. La resistencia les comunicó a las apresadas la intención de los nazis de gasearlos, ese día no se presentaron al recuento y no cooperaron con sus carceleros. Forzaron el almacén de las herramientas y se armaron con palas, picos, y desmontaron las literas para hacerse estacas con ellas. Los niños y niñas recogieron piedras para defenderse con ellas. Se encontraron los nazis con una resistencia armada dispuesta a defender su vida. Nunca ocurrió nada igual en Auschwitz.
ALFREDA NONCIA
Alfreda Noncia Markowska (10 de mayo de 1926 – 30 de enero de 2021) nacida en Polonia, durante la Segunda Guerra Mundial salvó alrededor de 50 niños y niñas judías y romanís de morir en el Holocausto (Samurdaripen).
Markowska nació en el seno de una familia romaní polaca que viajaba de un lugar a otro en los alrededores de Stanisławów, en la región de Kresy de la Segunda República Polaca. En 1939, la invasión alemana de Polonia la sorprendió en Lwòw (Lviv).
En 1941 las tropas alemanas asesinaron a todos los miembros de su familia, incluidos su padre, su madre y sus hermanos en una masacre cerca de Biala Podlaska. Alfreda fue la única superviviente.
Perdió muchos días en los bosques cercanos tratando de encontrar la fosa común donde reposaban los restos de su familia. De ahí se marchó a Rozwadçw donde en 1942 se casó a la edad de 16 años. A partir de ese día, Noncia tenía una misión: donde quiera que hubiera una masacre, ya fuera de gitanos o de judíos, ella iría e intentaría rescatar a tantos niños como fuera posible. De esta manera salvó a más de cincuenta de ellos.
Ella y su marido fueron capturados por la policía ucraniana en una redada de la SS, durante su visita a Stanisławów, que los entregó a los alemanes, pero la pareja logró escapar. A consecuencia de esto se vieron forzados a moverse por los guetos de Lublin, Lodz y Belzec de los que también consiguieron escapar para acomodarse en Rozwadów, lugar en el que los alemanes habían montado un Campo de Trabajo para las personas romanís.
En Rozwadów, Alfreda fue contratada para trabajar en el ferrocarril y se las arregló para obtener un permiso de trabajo que la protegería de nuevas detenciones. Fue entonces cuando se involucró de lleno en la tarea de salvar judíos y romanís, en particular a niños y niñas, de morir a manos de los Nazis.
Se desplazaba a los lugares donde se habían producido masacres de poblaciones judías y romanís para buscar supervivientes. En la mayor parte de las ocasiones eran tantas las personas asesinadas que los ejecutores no se detenían para comprobar si las personas habían muerto o habían quedado heridas, a menudo Alfreda tenía éxito en su incursión y rescataba a los heridos del montón de muertos. Entonces se los llevaba a su casa, los escondía y obtenía documentos falsos que los protegían de los alemanes.
Años más tarde, cuando se le preguntó por qué no había tenido miedo de ayudar, declaró que en aquel momento no esperaba superar la guerra ni ella misma, por lo que el miedo no fue un problema.
En 1944, los rusos “liberaron” esta área. Dado que el Ejército Rojo reclutaba de manera forzosa a las personas romanís en sus filas, Markowska junto a su marido y algunos de los niños y niñas que salvó huyeron hacia el oeste, primero hacia el centro de Polonia y luego hacia lo que se llamaban los “territorios recuperados” en el oeste de Polonia.
Después de la guerra, las autoridades estalinistas de la República Popular de Polonia iniciaron una campaña para obligar a las personas romanís a asentarse y abandonar su estilo de vida tradicional. Como consecuencia de esto, ella y su familia se instalaron primero cerca de Poznan , al fallecimiento de su marido, en Gorzów Wielkopolski,en octubre de 2006, Alfreda Markowska fue condecorada con la Cruz de Comandante, con Estrella de la Orden de la Polonia Restituida por salvar niños y niñas judías y romanís durante la Segunda Guerra Mundial. El entonces presidente de Polonia, Lech Kaczyński, elogió su “heroísmo y poco común valentía, por su excepcional mérito salvando vidas humanas”
KATARINA TAIKON
Los Taikon procedían de Rusia, donde el abuelo, músico itinerante, ejercía el oficio de platero que también enseñó a su hijo mayor, Johan. Al declararse la guerra ruso-japonesa en 1905, el clan Taikon emigró a Suecia.
Johan Taikon, que se ganaba la vida tocando el violín, se casó con Agda Karlsson y al cabo de 9 años de relación, unos meses después del nacimiento de la cuarta de sus hijas —Katarina, nacida el 29 de julio de 1932— Agda Karlsson falleció de tuberculosis. Rosa, la segunda hija y seis años mayor que la pequeña Katarina, asumió las tareas de la madre fallecida, cuidando y protegiendo a sus hermanos hasta que Johan Taikon volvió a matrimoniar con una mujer gadjé.
Cuando sus hijas tuvieron edad suficiente, Johan Taikon hizo algo que no contemplaba la rígida sociedad sueca. Pretendió escolarizar a sus hijas. Pero no llegó a un año la aventura escolar. Los insultos y los golpes que recibían las hermanas Taikon de sus compañeras, las obligó a abandonar el aprendizaje soñado.
A finales de 1940, Katarina y Rosa Taikon intervinieron en algunas películas suecas y obtuvieron, por fin, el acceso a una vivienda. En 1958, con 26 y 32 años, pudieron reanudar sus estudios lo que, en su caso, implicaba, aprender a leer y escribir correctamente. Era el primer paso hacia la meta que ambas ya se habían trazado: Hacer extensibles todos los derechos al conjunto de la ciudadanía, independientemente de su etnia o creencias.
En las postrimerías de la década de los cincuenta, conoció Katarina a su segundo marido, el fotógrafo Björn Langhammer, que se convertirá en el documentalista de su lucha en la siguiente década. Un hecho luctuoso e incomprensible dará más fuerza al empeño de las hermanas Taikon: El asesinato, por motivos étnicos, de Paul Taikon, de 38 años, el hermano mayor, acaecido en 1962. Rosa decidirá, entonces, proseguir con la tradición familiar de trabajar la plata; Katarina publicará su primer libro para mostrar a la sociedad sueca que las vidas gitanas también importan.
Conferencias, artículos, libros, documentales, intervenciones en radio y televisión y manifestaciones cada vez más numerosas por las calles del país serán las plataformas desde las que denunciar las condiciones de vida de los romaníes. Katarina empieza a ser una activista conocida. Y molesta. Su pequeña hija Angelica sufrirá en el colegio las consecuencias —agresiones verbales y físicas— de las denuncias públicas de su madre.
En 1964, Katarina Taikon consigue mantener una reunión pública con Martin Luther King.
En 1969 —y hasta 1981— convencida de que la educación en la solidaridad y el respeto por las diferencias ha de empezar en la infancia, Katarina Taikon inicia la publicación de las exitosas novelas semiautobiográficas que bajo el título genérico de Katitzi, narran, en trece libros, la vida de una niña gitana que lucha por mantenerse en una sociedad sueca que sueña convertir en igualitaria y acogedora y donde, con un lenguaje sin artificios, recrea sus propias vivencias en los diferentes campamentos gitanos de su infancia.
El exceso de trabajo y los continuos viajes terminaron por deteriorar la salud de Katarina Taikon. En 1982, exhausta, sufrió un accidente cardiovascular que la mantuvo en coma irreversible durante trece años. Falleció el 30 de diciembre de 1995.
RITA PRIGMORE
Era 1941 y el destino de los romaníes bajo el régimen Nazi era paralelo al de los judíos: serían perseguidos hasta el exterminio. La vida, sin embargo, corría con demasiada fuerza por las venas de Theresia Seible, de solo veinte años, que decidió junto a su novio, el músico y reparador de violines Gabriel Reihhardt, quedarse embarazada antes de la llamada de los médicos. Vendrían gemelas: Rolanda y Rita.Los “higienistas raciales” del Régimen se sintieron contrariados al conocer el estado de la joven Theresia. Detuvieron a la familia y pidieron instrucciones a Berlín, que permitió a la pareja continuar con aquel embarazo. No era un acto de humanidad. Los bebés deberían ser entregados justo al nacer a la Clínica de la Universidad de Wüzburg. Allí, el Doctor Werner Heyde, personaje clave del programa de eutanasia nazi, hacía experimentos con gemelos romanís bajo las tesis de selección genética de Josef Mengele, el célebre Ángel de la muerte.
De entre los millones de vidas marcadas antes del propio acto de nacer, están las de aquellas dos criaturas, Rolanda y Rita. Sus padres no pudieron llevárselas a casa. Un mes y medio después del parto, la pareja recibió una orden de deportación. Theresia fue a buscar a sus hijas. Irrumpió en la Clínica se zafó de las enfermeras y en la sala donde algún día contado vio a sus bebés, encontró el cadáver de Rolanda. La madre aterrorizada solo pudo llevarse a su gemela, hasta que fue detenida. A las dos pequeñas les habían inyectado sustancias en la cabeza y en la parte posterior de las corneas con el objetivo de intentar transformar sus ojos oscuros gitanos en azules.
Rita fue una niña enfermiza y débil, condiciones que achaca al año que pasó en aquella clínica. Se casó a los 21 años y tuvo dos hijos.
En los Setenta, se trasladó a Estados Unidos, y tres décadas después regresó a Alemania para dar a conocer cómo su pueblo fue perseguido y exterminado. Sus testimonios, como los de su madre la artista Theresia Seible Winterstein, forman parte del archivo del Museo Memorial del Holocausto de Estados Unidos (Washington D.C.) y se utilizaron en la retrospectiva titulada “Medicina mortal: creando la raza maestra”. Ella se dirige con insistencia a los jóvenes. Les dice que nadie hoy tiene la culpa de lo que ocurrió en los campos de exterminio, pero que “todo el mundo tiene la responsabilidad de que no vuelva a ocurrir”, en un momento en el que la extrema derecha resurge en el panorama europeo y los movimientos filonazis, en todo el mundo.
También recuerda que el pueblo gitano carece de país propio y que sus ciudadanos viven en una eterna adaptación con voluntad de “asumir sus responsabilidades, trabajar y vivir con dignidad, que es lo que merece cualquier pueblo y cualquier minoría”, y admite la “sensación” de que nadie le ha pedido perdón, nadie salvo un chico menudo de una escuela de Mönchengladbach que le dijo, consternado tras conocer su historia, que él se las pedía “en nombre de su país”. Cuando recuerda esta anécdota, a Rita Prigmore se le humedecen sus ojos marrones.
PHILOMENA FRANZ
Philomena Franz, nacida Köhler, el 21 de julio de 1922 en Biberach an der Riss, Alemania, en el seno de una familia Romaní.
Philomena creció junto a sus ocho hermanos en la casa familiar en Rohrdorf en Messkirch Oberschwaben. Sus padres y parientes se dedicaban a la música, actuando por escenarios de todo el país y del extranjero, bajo el nombre de “Theatre and Musicians Ensemble Haag”. El padre de Philomena, Johann Köhler, tocaba el violonchelo y su madre era cantante. Philomena se subió por primera vez a las tablas siendo aún muy pequeña, cantaba y actuaba como bailarina. Su abuelo Johannes Haag ya había sido un reconocido violonchelista.
En 1933 Philomena Franz a los once años fue testigo de cómo su país comenzó el descenso a los infiernos. Los Franz vendieron su casa entre 1935 y 1937 y se mudaron a Bad Cannstatt, un distrito de Stuttgart.
Transcurridos cinco años desde que los nazis accedieran al poder en Alemania, los Romanís se vieron expuestos a una creciente ola de exclusión y persecución. A la adolescente Philomena la expulsaron de la “Escuela Secundaria Femenina Olgastrasse” de Stuttgart en 1938 a la edad de 16 años por su origen Sinti (población gitana europea). En ese año la familia todavía disfrutaba de contratos importantes, por ejemplo, en el Liederhalle de Stuttgart, en la Ópera Kroll de Berlín, en el Lido de París, y hasta esas ciudades viajaban en su propio coche.
Con la publicación del Decreto de 17 de octubre de 1939 "Festsierungserlass", a los Gitanos definitivamente se les prohibía abandonar su lugar de residencia. Ese mismo año en la frontera tras regresar de París al final de una exitosa gira, la Gestapo les requisó el coche familiar, además de toda la documentación, también les confiscaron sus instrumentos musicales, el dinero, las joyas, los relojes... Al llegar a casa tuvieron que malvender sus caballos y carromatos, finalmente se les forzaba a dejar atrás su modo de vida
En 1940, obligaron a Philomena, de 18 años, a realizar trabajos forzados en una empresa de armas de Stuttgart.
El 21 de abril de 1944 Philomena llega en un tren de vagones para transporte de ganado, junto a otras muchas familias Gitanas, al campo de concentración y exterminio de Auschwitz-Birkenau, en Polonia. Le tatuaron en uno de sus antebrazos el número de prisionera Z-10550. La internaron en el Campo para Familias Gitanas.
A Philomena los guardias la obligaron a trabajar en el burdel del campo, pero ella, de forma valiente se negó y a consecuencia de su negativa la trasladaron a un kommando de trabajos forzados en el que tenía que trasladar las cenizas de los cadáveres incinerados en los hornos crematorios hasta un camión.
El 24 de mayo de 1944 es transferida junto a otras mujeres aptas aún para trabajar desde Birkenau al campo de concentración de Ravensbrück.
Philomena Franz intentó en dos ocasiones escapar de los campos de concentración. Durante el primer intento de huida del subcampo de Schlieben, observó que durante el turno de noche un guarda tocó la valla, que generalmente estaba electrificada, y ésta estaba desconectada. Se armó de valor, y sin pensar en nada más se dejó caer tras la cerca en un pozo de grava. Consiguió escabullirse por el prado y alcanzar el bosque. Pero, poco duró su aventura, la detuvieron y la llevaron al pueblo más cercano donde permaneció retenida en la finca del alcalde durante varios días. La mujer del alcalde le proporcionó en secreto algo de comida. Después, la devolvieron al campo y como castigo, a ambas hermanas las colgaron, durante horas atadas de las manos, de la horca. La hermana de Philomena Franz falleció como resultado de esta tortura, la propia Philomena Franz sobrevivió de milagro a tan cruel castigo.
A Philomena Franz la volvieron a trasladar por segunda vez al campo de concentración y exterminio de Auschwitz-Birkenau a finales de 1944. Philomena permaneció allí durante unas tres semanas más. Luego la transfirieron de regreso a Alemania al subcampo de Wittenberg donde la obligaron a realizar trabajos forzados en una fábrica de aviones, tenía que soldar piezas de aviones.
En ese lugar contó con la ayuda de uno de sus vigilantes, llegó hasta una casa donde vivían un hombre mayor y su hija que la acogieron y la mantuvieron escondida hasta que el territorio fue liberado por el Ejército Rojo a finales de abril de 1945.
Cuando terminó la guerra, Philomena Franz tenía 22 años. En Bamberg conoció a su futuro esposo, Conrad. Era músico y había perdido a su primera esposa y a sus cuatro hijos en Auschwitz.
En 1949, Philomena Franz reanudó la tradición musical familiar junto a su futuro marido y a uno de sus hermanos, también sobreviviente y que era violinista de jazz.
En los años siguientes, Philomena formó una familia de cinco hijos con su esposo. Vivieron primero vendiendo telas puerta a puerta y más tarde del negocio de las antigüedades en poblaciones entre Colonia y Limburg an der Lahn.
Philomena Franz ha sufrido a lo largo de su vida de periodos de fuerte depresión, siendo necesaria en ocasiones su hospitalización durante meses. En uno de ellos comenzó a escribir su experiencia en los años del Porrajmos (genocidio gitano).
Después de que a su hijo lo discriminaran racialmente en su escuela a principios de la década de 1960, Philomena junto a su hijo mayor comenzó a contar cuentos de hadas de tradición Romaní en los colegios.
En 1975 perdió a tres de sus hijos en un accidente de tráfico y su marido falleció ese mismo año.
En 1982 publicó su libro donde relata su experiencia " Zwischen Liebe und Hass: ein Zigeunerleben".
A la edad de 73 años, Philomena Franz recibió la Cruz Federal al Mérito.
En 2001 la galardonaron con el premio “Mujeres en Europa Alemania 2001”.
Philomena ha participado en múltiples actos de recuerdo contando su testimonio en escuelas y universidades, así como en programas de radio y televisión.
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